El crecimiento económico es hoy un dogma incuestionable. Pero su papel como objetivo central de la humanidad es mucho más reciente de lo que imaginamos.
El crecimiento como construcción histórica
Durante siglos, el desarrollo de las sociedades no se midió por su crecimiento económico. Este paradigma solo se consolidó en el último siglo. Nuestros abuelos nacieron en un mundo donde el PIB no era el altar de las decisiones políticas y económicas.
Reconocer la historicidad del crecimiento como meta nos permite imaginar otras formas de organizar la vida, donde la sostenibilidad y el bienestar colectivo estén por encima del capital.
Ética protestante y capitalismo: la raíz ideológica
Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, explicó cómo la disciplina calvinista convirtió el trabajo y la acumulación material en fines espirituales. Pero lo que empezó como una ética con sentido, terminó en una “jaula de hierro” de racionalidad económica, donde el trabajo perdió su propósito y se convirtió en un fin en sí mismo.
Ilustración, racionalismo y la economía como ciencia dura
Con la Ilustración, se consolidó la idea de que todo —incluida la sociedad— podía entenderse mediante leyes universales y matemáticas, relegando la espiritualidad, el mito y la intuición. La economía se inspiró en la física de Newton y se alineó con el positivismo, postulando que maximizar la utilidad era el camino hacia el bienestar.
El problema surgió cuando se intentó cuantificar la felicidad, reduciendo el valor humano a métricas económicas.
De la utilidad al dinero como medida universal
La economía clásica evolucionó hacia el utilitarismo monetario, donde el dinero reemplazó a la utilidad como métrica de valor. El PIB, creado por Simon Kuznets en los años 30, terminó consolidándose como el medidor por excelencia del progreso nacional, a pesar de las advertencias de su creador sobre sus limitaciones.
Las consecuencias del paradigma crecimientista
Este modelo dejó fuera del cálculo económico lo esencial: el cuidado, la comunidad, la naturaleza y las mujeres. Se impuso una visión extractivista que separó la humanidad de la Tierra, reduciendo los ecosistemas a mercancías.
Críticas desde dentro y fuera de la economía
Desde la controversia de Cambridge hasta las ideas de Karl Polanyi y Keynes, distintas voces han desafiado la noción de que el crecimiento es inevitable o deseable. La disputa entre el libre mercado y el papel del Estado reveló que no existen leyes económicas naturales, y que las decisiones económicas son, en última instancia, políticas.
El legado neoliberal
El neoliberalismo, con figuras como Milton Friedman, consolidó la idea de que las empresas solo deben buscar ganancias. Hoy, este relato sigue siendo hegemónico, incluso frente a la crisis climática, que podría ser —como dice un meme citado en el texto— la «fecha límite» del capitalismo.
Conclusión
El crecimiento económico, lejos de ser una verdad universal, es una construcción ideológica, histórica y cultural. Hoy, cuando enfrentamos los límites del planeta, es urgente preguntarnos:
¿Qué vale realmente? ¿Y qué futuro queremos construir más allá del PIB?